Una experiencia transformadora en Nyahururu

El día 2 de junio marcó el inicio de una experiencia que presentíamos inolvidable. Partimos juntas, desde Sevilla hasta Nyahururu. El vuelo transcurrió entre conversaciones, silencios compartidos y esa sensación de aventura que se instala en el pecho cuando una se aleja de lo conocido.

Nada más aterrizar en Nairobi, nos esperaba Denis, quien pronto se convirtió en el primer rostro amable que nos dio la bienvenida a este país fascinante. Conduciendo entre un tráfico vibrante y lleno de vida, Denis nos fue relatando historias sobre las costumbres kenianas, mientras sus arriesgados adelantamientos nos mantenían alerta y divertidas a partes iguales. Dejamos atrás el bullicio de la capital para adentrarnos poco a poco en carreteras rurales bordeadas por una naturaleza exuberante: árboles de copas aplanadas, verdes intensos en todas sus tonalidades y un horizonte de selva húmeda que se perdía bajo un cielo cargado de nubes.  Tras unas cuatro horas de trayecto, llegamos a L’Arche, al que sería nuestro hogar durante los próximos días. Se trata de un centro católico, el cual acoge a personas adultas con diversidad funcional. Allí nos recibió Mercie, con una sonrisa cálida y acogedora. La primera noche en nuestra nueva casa ya sentíamos la emoción de que lo que comenzaba no era un simple viaje, sino un verdadero encuentro con otra forma de vida.

Nuestro primer día en Nyahururu comenzó con un desayuno compartido entre  conversaciones espontáneas en la que se empezó a tejer una conexión entre culturas unidas por un mismo propósito: compartir y aprender. Más tarde, nos recogió Joan, quien nos guió con cariño y entusiasmo a través de los diferentes espacios que conforman el proyecto de L’Arche . Visitamos los hogares y los talleres ocupacionales, donde los residentes realizan tareas diversas: preparación de comidas, limpieza, diseño de tarjetas artesanales, elaboración de velas… Cada rincón destilaba creatividad, alegría y un profundo sentido de pertenencia, de hogar. Los colores, los rostros sonrientes y el afecto con el que nos recibieron nos hicieron sentir, de nuevo, como en casa. En cada visita el recibimiento fue entrañable,  compartimos conversaciones sobre nuestras culturas, tradiciones, platos típicos y hasta nuestras canciones. La riqueza del intercambio intercultural fue tan espontánea como enriquecedora y agradable.  Como broche final del día, tras una cena compartida en uno de los hogares nos sorprendieron con música tradicional keniana, creando un ambiente festivo, alegre y profundamente humano. Un primer día colmado de emociones, aprendizajes y gestos de hospitalidad que permanecerán con nosotras para siempre.

El desayuno compartido y el despertar con el canto del gallo se convirtió en nuestra rutina, pero lo que ocurría después del desayuno era cada día una sorpresa. Entre las diversas actividades que pudimos desarrollar:

  • Aprendimos a cocinar chapatis, entre harinas, fuego y palabras, comprendimos que la verdadera riqueza de esta comunidad reside en lo cotidiano, en esas pequeñas acciones que unen, en la lentitud de los gestos compartidos, en las miradas que no necesitan traducción. Cocinar se convirtió en una experiencia para los sentidos.

 

  • Reuniones de trabajo en las que acobijados en el gran salón, tuvimos la oportunidad de conocer a Sharlet y Washira, directora y director de L’Arche, respectivamente. Su presencia serena y su escucha sincera nos hicieron sentir en confianza desde el primer instante. Conversamos durante largo rato sobre nuestros posibles puentes de colaboración.

 

  • Exploramos las realidades de las familias rurales, acompañadas de  Pita y Nicole, quienes nos muestran su total disponibilidad para abrirnos puertas a esta nueva realidad y resolver nuestras infinitas cuestiones.  La realidad de las familias rurales que afrontan retos diarios debidos a las diversidades de sus hijos/as nos conmovió desde el primer momento, sentimos variedad de emociones durante todo el día una montaña rusa de ilusión, impotencia, alegría e incluso enfado. Todas las visitas estuvieron repletas de risas, abrazos, miradas inocentes, gestos espontáneos y sonrisas inquebrantables…Recorrimos kilometros entre baches, barro y tramos sinuosos y en cada parada sentimos la acogida de cada una de las familias y nos sentimos como una más dentro de cada casa.

 

  • Visitamos un centro de menores muy especial, al que llegamos viviendo la aventura de montar en moto en Kenia por primera vez. El destino era una escuela para niñas que, más que un centro educativo, es un verdadero hogar de acogida. Al llegar, fuimos recibidas por un grupo de niñas que se nos abrazaron como si nos conocieran de siempre. Sin mediar palabras, empezamos a jugar, a reír, a bailar danza africana y flamenco, a ayudar en la cocina, a fregar platos… a compartir la vida. Tras el almuerzo, organizamos un pequeño taller de manualidades, en el que las niñas, con sorprendente destreza, elaboraron para nosotras unos preciosos llaveros con cuentas de colores.  La sencillez de este día y la facilidad con la que surgió la complicidad con estas niñas nos dejó el corazon repleto y nos hizo necesitar un momento de reflexión en silencio de vuelta a casa.

 

  • Vivimos por primera vez a una misa en swahili, La iglesia a la que llegamos era imponente: techos de madera noble, paredes de cristal por donde la luz del sol se colaba con suavidad, y un altar decorado con pañuelos de vivos colores que parecían ondear al ritmo del espíritu de la celebración. Al poco de entrar, sentimos lo evidente pero no menos significativo: éramos las únicas dos personas blancas en un océano de brillantes pieles color caoba La misa en swahili, con sus sermones entrelazados con cánticos y danzas suaves. No entendíamos las palabras, pero al mismo tiempo era como si lo comprendiéramos todo.

 

  • Excursiones hacia los lugares más majestuosos de la naturaleza africana. Las Cataratas Thomson,el asombro se mezclaba con un miedo emocionante al acercarnos a la caída de las cataratas y sentir la cercanía de los hipopótamos en el rio.  La visita al parque natural de Ol Pejeta, la autentica sabana africana donde pudimos estar a escasos metros, cebras, gacelas, antílopes, elefantes, jirafas, rinocerontes, leonas… Nos sentíamos parte de algo más grande, más antiguo, más esencial

 

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  • Aprendimos a elaborar velas, que se convertirían en el detalle más especial como recuerdo del viaje. Junto a los chicos y chicas del Arche nos embarcamos en su trabajo diario de elaboración de velas artesanas y nos ponemos el reto de elaborar 50 velitas que nos servirían como detalle para nuestros/as compañeros y compañeras de Sopeña.

 

  • Presentamos de nuestro taller de primeros auxilios. En inglés, y ante un público diverso de trabajadores y voluntarios, desarrollamos una formación básica sobre reanimación cardiopulmonar, atragantamientos, control de hemorragias, manejo de heridas, contusiones, crisis epilépticas y crisis de ansiedad. Fue un auténtico reto, tanto por el idioma como por el deseo de que todo fuera útil, claro y respetuoso. La respuesta fue abrumadoramente positiva: el personal mostró interés, se implicó, participó con entusiasmo y nos agradeció sinceramente el haber compartido nuestros conocimientos.

 

Al final de este increíble viaje, y como fin de la experiencia nos dimos cuenta, que la mayoría de las veces el exceso de posesiones puede, a veces, nublar el alma y silenciar la necesidad vital de tenernos los unos a los otros. Nyahururu no es solo un lugar en el mapa: es un espacio que habita en nosotras, que ha transformado nuestra manera de mirar el mundo. Es refugio en la memoria, es un latido que nos acompaña, una lección de vida que ya no nos pertenece solo a nosotras, porque ha cambiado lo que somos. Un trocito de nuestro corazón se ha quedado allí, entre los muros de L’Arche, en los talleres de Éfata, en los cantos en swahili, en las manos de Mercie, en la sonrisa y en los abrazos de cada peque. Gracias por recordarnos lo esencial.


 

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