Krakow y Wroclaw: Historia viva de Europa

A finales de febrero realicé una visita preparatoria al corazón de la Europa central, a Polonia. Un país bastante desconocido para el resto del continente y completamente desconocido y un poco el patito feo para los alumnos que quieren realizar su experiencia Erasmus+. Es difícil competir con el sol, la playa y la semejanza cultural de Malta o Sicilia, pero, sin embargo, creo sinceramente que Polonia es un destino por descubrir para el estudiante que quiere realizar sus prácticas fuera de España en un ambiente empresarial serio y realista, y en un país relativamente barato en comparación con otros destinos quizás más soleados pero menos asequibles.

Tres meses después de mi visita, cuatro de nuestros estudiantes se encuentran realizando sus prácticas en Wroclaw (Breslavia en español) y todos ellos están bastante contentos con cómo se está desarrollando todo. Wroclaw es una ciudad universitaria llena de vida Erasmus por lo que la integración, a priori, es sencilla.

Tampoco es demasiado caro volar a Polonia en temporada baja, que es normalmente donde se localizan las experiencias Erasmus+. Precisamente por razones que tienen que ver con la logística aérea, mi visita al país comenzó en Krakow (Cracovia) un lugar lleno de encanto, historia, buena comida y frío, muchísimo frío.

Cracovia es una ciudad vieja o que al menos, se respira vieja, o puede que esa sea la sensación del viajero porque es eso lo que el viajero va buscando allí, pero lo cierto es que, si dejamos a un lado la multitud de turistas que ya es prácticamente imposible evitar en cualquier ciudad europea y las franquicias repetidas y sin personalidad de restaurantes y cafés, Cracovia tiene personalidad propia. Y no es siempre una personalidad agradable de descubrir, para los amantes de la historia Cracovia será famosa e infame por el desalojo de su barrio judío, el gueto, por Oskar Schindler y su lista y por haber sido y seguir siendo una ciudad para recordar y tener en cuenta en el panorama político y social de la actual Europa.

El centro de Cracovia es lo que el viajero va esperando que sea, una plaza medieval con su iglesia de campanario alto y semi gótico, sus arcadas que esconden comercios de joyería que invitan a respirar en clave judía y su frío polar cuando uno se para en mitad de la plaza a girar trescientos sesenta grados para contemplar dónde está. Quizás febrero no sea el mejor mes para visitar Polonia si se es friolero, los menos siete grados que hace tanto al amanecer como al anochecer se le pueden hacer cuesta arriba a más de uno si no se va bien pertrechado y/o si no se está acostumbrado al frío semi polar.

Para visitar el barrio judío y, en general, para cualquier visita recomiendo un guía local que hable en un idioma que comprendamos bien. En mi caso tuve mucha suerte de encontrarme con Bartholomew, un profesor universitario de arqueología que desde que comenzó a hablar irradió un conocimiento que contagió al grupo. Su perfecto inglés ayudó a que la conversación fluyera en ambos sentidos entre el grupo de turistas y él.

Bartholomew (Bart) nos fue introduciendo lentamente en la historia de la ciudad, caminando por calles aparentemente al azar, pero con un plan establecido que era ir acercándonos al gueto. Nos fue narrando el pasado judío de la ciudad, nos explicó el porqué del establecimiento de los judíos en la ciudad con el paso de los siglos, para terminar contando de una forma bastante trágica su confinamiento en el gueto y las consecuencias que la segunda guerra mundial tuvo para los judíos que terminaron acorralados allí.

No voy a abundar aquí en hechos más o menos truculentos, simplemente decir que pasear por el barrio judío de Cracovia mientras te explican lo que allí ocurrió hace escasamente ochenta años es algo que todo europeo y europeísta debería hacer al menos una vez. Cruzar un puente sobre el Vístula con un viento gélido en la cara que te obliga a calarte el gorro hasta taparte las orejas mientras Bart te va explicando atrocidades nazis te mete de lleno en la ciudad, en su historia y en su idiosincrasia. He dicho antes que febrero puede no ser el mejor mes para visitar Cracovia, pero aquí me desdigo y afirmo que febrero puede ser el mejor mes para visitar Cracovia si quieres imbuirte de verdad del espíritu polaco, judío, histórico y de sufrimiento de la ciudad.

En Cracovia se come bien si comes en un restaurante polaco que no pertenezca a ninguna cadena o franquicia. Elegí un pequeño, pero muy bien recomendado restaurante polaco donde elegí Borsch de primero, que es una sopa a base de vegetales muy especiada. Salchichas de cerdo con dumplings y col marinada de principal y tarta de manzana con helado de postre. Era un restaurante relativamente pequeño, lleno de familias con hijos, por lo que fue bastante difícil encontrar una mesa para un solo comensal, pero al final la comida, la atención y el precio (ya he dicho que Polonia es bastante barata) hicieron que la experiencia fuese de notable alto. Un consejo que siempre doy es que cuando viajéis al extranjero intentéis comer en restaurantes locales con aspecto cutre pero buenas referencias, normalmente son restaurantes familiares que llevan funcionando muchos años a base de buena cocina y trabajo duro. No quieren entrar en la guía Michelín ni falta que les hace, su negocio, sus clientes y sus objetivos son otros.

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Se puede caminar por Cracovia sin miedo, ya he dicho que es una ciudad bastante turística, pero a poco que el viajero se salga de las rutas marcadas, y de los tres o cuatro monumentos típicos, las calles envejecen rápidamente y el pasado soviético de la ciudad aflora de manera repentina. Es otro tipo de turismo, menos complaciente y más underground, con más fábricas e industrias gigantes en desuso y más solares vacíos y llenos de chatarra con pinta de haber estado ahí desde los comienzos de la perestroika. Todo ello, entre edificios de viviendas y de oficinas nuevos y frente a parques vacíos y semi congelados, poblados únicamente por algunas personas paseando a perros, ambos, canes y dueños, exhalando vaho como una chimenea de la antigua URSS. Las personas son frías hasta que hablas con ellas, entonces se nota que hacen todo lo posible por agradarte en la conversación y en el trato, para volver a ser frías inmediatamente después de acabar la interacción contigo. Un comportamiento muy del norte de Europa. Directo y sin ambages.

Los interiores son extremadamente cálidos, hasta el punto de tener que estar en pantalón corto y sin camiseta en el hotel y de pasar calor para dormir. Comer en el restaurante con la calefacción puesta al máximo se convirtió en una experiencia cercana a la sauna. Ni que decir tiene, que hay que tener cuidado al salir de espacios interiores porque el contraste es tremendo.

Cracovia da para mucho más, pero había que moverse para poder ver todo lo posible antes de la entrevista con nuestra socia en Wroclaw. Para no dejar que la alegría inundase demasiado el viaje y para cumplir con la visita a otro de los lugares que he querido siempre visitar, el siguiente fui en autobús a Auschwitz-Birkenau, el campo de concentración nazi donde en torno a un millón de judíos (aunque las fuentes varían enormemente) fueron sistemáticamente exterminados. No voy a hablar aquí de Auschwitz, no es algo que se pueda describir en clave turística o remotamente complaciente, es algo que hay que ver allí, sentir allí y de lo que hay que sacar conclusiones allí. No es una visita fácil, no es una visita alegre, es una visita que por momentos estremece y, sobre todo, es una visita necesaria.

De Cracovia a Wroclaw fui en tren. Los trenes polacos están bastante bien, si se tiene en cuenta que los avisos en las estaciones y dentro del propio tren están exclusivamente en polaco, eso junto con la total ausencia de pantallas informativas en el tren hace que Google Maps se convierta en el aliado imprescindible del viajero para saber cuándo se llega a la ciudad deseada, a la vez que se ruega porque dicha ciudad no tenga más de una estación que haga que, por error, te apees del tren en las afueras. El inglés en Polonia, dependiendo del lugar, se usa entre poco o nada, fue una sorpresa negativa comprobar que el buen inglés que tienen todos los polacos que yo conocí en Reino Unido no se traslada a su país natal, entienden inglés, y hablan inglés, pero lo hacen lo mínimo imprescindible. No son trenes especialmente rápidos, lo que da lugar a poder ver el paisaje, tanto el día anterior en autobús hacia Auschwitz como desde el tren se puede ver con todo detalle el medio rural polaco. En invierno Polonia es gris, el cielo completamente nublado y la nieve recién derretida deja un paisaje de hierba marrón y quemada por el frío plagado de llanuras, páramos y barrizales que, sin interrupción alguna, ni humana ni natural, se extienden hasta el horizonte.

Wroclaw es Cracovia en miniatura, otra ciudad bastante monumental, con mucha vida, industria, gente joven y, en general, muy dinámica. Las oficinas de la socia estaban a veinte minutos caminando de la estación, así que mis primeros pasos en Wroclaw fueron encaminados en esa dirección.

La socia me recibió con un café y galletitas de chocolate, me presentó a todos los empleados de la empresa y me enseñó la presentación que le iba a poner a nuestros alumnos cuando llegasen. Después fuimos a visitar dos pisos y dos empresas. Una de las empresas era un centro de día para personas con diversidad funcional donde nuestra alumna del grado de Atención a Personas en Situación de Dependencia está realizando sus prácticas actualmente, y otra el almacén logístico que Kuenhe+Nagel tiene en Wroclaw, un almacén que abastece de recambios y electrodomésticos a la marca Bosch en todo centro Europa y donde otros dos de nuestros alumnos se encuentran actualmente llevando a cabo su formación en centros de trabajo. El gerente del almacén nos recibió en persona y nos hizo un tour por las instalaciones permitidas, a la vez que charlamos y discutimos sobre la actual situación en Europa, con el foco en Ucrania (Polonia comparte frontera con Ucrania) y Rusia. También charlamos largo y tendido sobre las funciones que los estudiantes en prácticas llevarían a cabo allí. Un tipo muy amable con una charla directa y sincera y con el que en el futuro acordé tener una comida para poder hablar más tranquilamente sobre la guerra, las prácticas, la logística y la vida.

En cuanto a los lugares donde nuestros estudiantes iban a vivir, uno es un piso relativamente en el centro, donde en ese momento se encontraban viviendo estudiantes españoles, y otro eran habitaciones en la casona de una señora canadiense que por circunstancias de la vida vive en Polonia, que alquila habitaciones a estudiantes y que me dijo que me parecía al actor argentino Ricardo Darín. ¿¿??

No hubo tiempo de mucho más, un almuerzo de trabajo con la socia para terminar de cerrar los flecos de las cuatro movilidades, donde volví a comer dumplings y un café en una cafetería muy coqueta y fresca, para variar (por cierto, el café en Polonia no está nada mal si pides expresso). El tren de vuelta fue ya de noche y como ya no podía mirar por la ventanilla, me dedique a trabajar con el portátil. Es curioso lo rápido que uno se puede acostumbrar a estar en un lugar, aunque ese lugar sea Polonia, regresar a Cracovia fue como volver a casa, supongo que porque el hotel estaba allí y era mi base de operaciones. Esa noche di un último paseo por Cracovia, ya a mi ritmo, con el frío marcando el tiempo que paseo iba a durar. Por muy abrigado que vayas, y yo lo iba, el frío va calando y más de dos horas en la calle se convierten indefectiblemente en muslos y mejillas rojos de frío y en sentir el frío en los globos oculares. Paseé de nuevo por la plaza central y por las calles aledañas, cedí al turista que todos llevamos dentro y compré comida precocinada en un supermercado y cené en el hotel. Un hotel que, por cierto, no tiene empleados y en el que hay que hacer el check-in usando una máquina automática con todos los menús en polaco y sin posibilidad de ponerlos en inglés. Hice el check-in por intuición de dónde estaban colocados los botones, por los colores y por la similitud de algunas palabras con el alemán o el inglés. Tuve suerte porque lo hice a la primera.

El siguiente día fue un día raro para mi cerebro, amanecí en Cracovia, volé y esa misma tarde di clase en Sevilla porque tenía un examen final con mis alumnos de Emergencias Sanitarias. Un día que sirvió para que el frío y las sensaciones del viaje se fuesen yendo poco a poco y volver a retomar la vida sevillana, tan diferente a Polonia, un país frío, con una historia que no siempre es amable, pero una posibilidad extraordinaria de conocer Europa a la vez que se estudia o se realizan prácticas. Un país real, lleno de ambientes de trabajo reales, lleno de personas francas y directas, el simulador perfecto para comenzar tu vida laboral mientras se va conociendo Europa a bajo nivel, en profundidad, de verdad.

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