viaje a sicilia

Sicilia en la piel: un viaje por la isla de los dioses

Sicilia fue un flechazo desde el primer momento. No íbamos con grandes planes, solo con ganas de perdernos, comer rico y empaparnos de esa mezcla única de historia, mar y caos encantador. Y vaya si lo conseguimos. Desde pueblos colgados sobre el Mediterráneo hasta callejones llenos de aroma a café y pan recién horneado, cada rincón nos sorprendió. Este viaje fue mucho más que turismo: fue dejarnos llevar, reírnos perdidos, probar cosas nuevas y vivir una Italia que late con ritmo propio. Así fue nuestra ruta por Taormina, Cefalú, Palermo, Siracusa, Noto, Messina… y sí, también nos escapamos a las islas Eolias: Vulcano y Lipari. Una locura hermosa.

 

Lugares recomendados para visitar en Sicilia

 

Taormina

taormina

Taormina

 

Empezamos por todo lo alto, literalmente. Taormina nos recibió con vistas de escándalo: al fondo el Etna, majestuoso y humeante, y abajo el mar Jónico brillando como una postal. Subimos al Teatro Griego y nos quedamos un buen rato ahí, simplemente mirando. Después nos perdimos por sus callejuelas llenas de flores, tiendecitas y terrazas con vinos blancos fresquitos. Taormina fue puro encanto… y buena manera de arrancar el viaje con el pie derecho.

 

Cefalú

Cefalú

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Desde ahí, nos fuimos a Cefalú. ¿Playa o casco antiguo? Por suerte, no había que elegir. Nos bañamos, caminamos descalzos por la arena, y luego nos lanzamos a descubrir sus calles adoquinadas… La catedral normanda nos recordó que aquí todo tiene historia, aunque lo vivas con los pies en chancletas.

 

Palermo

Palermo

Palermo fue otro rollo. Caótica, viva, ruidosa… y completamente fascinante. Nos impactó la Capilla Palatina, puro oro y mosaicos, y el contraste con la ciudad que la rodea. Palermo no se disfraza: es real, desordenada y encantadora. Y nos atrapó sin remedio.

 

Siracusa

Siracusa

Después del ritmo loco de Palermo, Siracusa fue una caricia. En Ortigia, todo era más suave: el mar, la luz, la gente. Caminamos sin rumbo, encontramos ruinas griegas junto a trattorias y nos sentamos horas mirando la Fuente de Aretusa. El Duomo nos pareció de película, con esas columnas antiguas asomando.

 

Noto

noto

Noto fue una de esas paradas que no esperábamos amar tanto. Todo allí parecía salido de una escena de cine: iglesias barrocas, balcones de piedra tallada, el sol tiñéndolo todo de dorado. Subimos los escalones de la catedral con una granita en la mano y una sonrisa de oreja a oreja. Noto no es grande, pero se hace un hueco enorme en el corazón.

 

Messina

De ahí nos dirigimos a Messina, justo antes de saltar al mar. La ciudad nos recibió con su mezcla de historia y modernidad. Vimos el reloj astronómico de la catedral en acción (sí, el león ruge de verdad) y dimos un paseo por el puerto, mirando el continente ahí enfrente, tan cerca que casi se toca. Fue como un “hasta luego” a Sicilia continental… porque se venían las islas.

 

Vulcano

Nos subimos a un ferry rumbo a Vulcano, una isla que literalmente huele a azufre. Nada más llegar, el aire te da un bofetón volcánico… pero uno que te despierta. Subimos al cráter del volcán (sí, uno activo), y caminar por allí, con el suelo tibio y el humo saliendo de las grietas, fue como estar en otro planeta. Alquilamos una motoneta y recorrimos la isla entre curvas y paisajes de locura Alquilamos un quad y recorrimos la isla entre curvas y paisajes de locura Después, un buen chapuzón en el mar de barro, ese baño sulfuroso que te deja la piel suave. Vulcano es pura energía.

 

Lipari

Desde Vulcano tomamos un barquito hasta Lipari, la más animada de las Eolias. Aquí todo era más relajado: casas blancas, puertas coloridas, barquitos pescando, gelatos con vistas. Paramos en calas escondidas. Lipari fue el cierre perfecto para esta pequeña gran escapada insular.

 

Final del viaje (o principio de otro)

 

Volvimos con la ropa oliendo a mar, el móvil lleno de fotos y el corazón un poco más grande. Sicilia (y sus islas) fue más que un destino: fue una experiencia que nos cambió el ritmo. Y aunque dejamos la isla atrás, sentimos que una parte de nosotras se quedó entre sus piedras antiguas, sus volcanes, sus playas y sus platos de pasta. ¿Volver? Sin duda.


 

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