Experiencia Erasmus en Malta

Un día escuchas una charla de Erasmus, pero solo vas para perder tiempo de clases o porque tus amigos de otros cursos van, en ninguna parte de tu cerebro cabe la idea de irte 3 meses a otro lugar del mundo, y mucho menos sin tu familia. De repente, esa palabra empieza a formar parte de ti y la idea de irte de erasmus empieza a retumbar en tu interior, aunque sigues pensando que es una locura y la dejas pasar.

Lo que no sabes es que esta idea poco a poco toma forma y cuando llega el mes siguiente desearás aparecer en la lista de los seleccionados erasmus. En el momento en que lees tu nombre en la lista, sientes que tu vida está a punto de cambiar, que estás a punto de vivir emociones indescriptibles y que todo va a dar un giro de 360 grados. Sientes vértigo y un cúmulo de sensaciones tan fuertes que no eres capaz de identificar…

Y no me equivoco, pues erasmus es descubrir sensaciones que no sabías que existían, emociones que no sabías que podías sentir, lugares que te observan el alma, personas que se convierten en familia, desbloquear miedos y saber atravesarlos, aprender a quererte y a querer con el alma, aprender a vivir sin que nada importe, disfrutando del aquí y el ahora, valorar más y aprender a ver las sensaciones tan increíbles que puede producir un atardecer en el lugar correcto y con las personas correctas.

Aprender a estar sin tu familia es la tarea más complicada. Esa doble emoción de ilusión por estar en un destino diferente pero a la vez extrañar a tu familia es para fuertes, sobre todo a la tercera semana en la cual empiezas a tener sueños extraños, despiertas sobresaltado y das todo por un taper con comida de casa.

El Erasmus es una montaña rusa de emociones, empiezas perdido, sin saber nada y con miedo, incluso te pierdes por las calles y olvidas el color de la puerta de tu casa porque todas son iguales. Pero al mes, empiezas a acostumbrarte un poco más, quedarse en casa no es una opción y los planes improvisados son los mejores. La convivencia con los demás es divertida, quedan para hacer la compra juntos y si algo se rompe lo arreglan entre todos, pero lo mejor de todo es llorar con tu compañera de piso porque ambas extrañais a la familia. Saber que no hay nadie en ese momento que pueda entenderte mejor, sentirte tan comprendido y empatizar tanto con la otra persona, hace que se convierta en tu familia.

Poco a poco se van conociendo más y empiezan las discusiones en casa por dejar la ropa dentro de la lavadora, o no fregar los platos de la noche anterior, pero hasta discutir es bonito con ellos y al final es algo que extrañas. Convivir junto con personas que están en tu misma situación, te ayuda a entender muchas cosas y aprender. Te abre la mente y te enseña a estar preparado para cualquier situación que te ponga la vida, te enseña a afrontar las cosas con una sonrisa y a entender más a las otras personas, y te pone a gente en el camino que te enseña a valorarte y te muestra tal y como eres, y eso, es una sensación que te abraza el alma. Sobre todo cuando entiendes que todo aquel que decide ir de erasmus, es una pieza de un puzle que no encajaba de dónde venía y aquí, juntos, lo completamos.

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Te centras en hacer todo lo mejor posible por mejorar interiormente, por disfrutar la experiencia al máximo, por compartir y vivir el momento. Te centras tanto en el ahora que cuando te das cuenta te queda solo un mes y comienzan las despedidas.

Cuando un compañero erasmus se va, deja un vacío tan grande en tu interior que tienes muy claro que hay que encontrarse de nuevo, pero antes de que salga por la puerta ya sabes que nunca volveréis a coincidir en esas circunstancias, en ese lugar y con esa misma gente.

La despedida es dura, y cuando sales por la puerta con las maletas, a tan solo un par de horas de subir al avión comienzas a tener un triple sentimiento, una combinación de nervios por llegar a casa, pena por dejar todo eso que construyeron juntos atrás y felicidad por haber tenido la oportunidad de crecer.